Una vez, un hombre pasó por una verja donde había un jardín bellísimo. Como la puerta estaba entreabierta, él entró. Miraba maravillado las flores y de pronto vio a un jardinero y a un perro. Como no se puede hablar con un perro ¡claro!, le habló al jardinero, y le preguntó: ¿Tu perro muerde? Y le dijo, no. Y entonces este hombre se aventuró más adentro por el jardín, pero, de pronto, el perro se le abalanzó y literalmente le arrancó un pedazo de oreja, le dejó destrozada la nariz. El hombre hecho un guiñapo humano, con su bello traje destrozado, fue furibundo y reclamó al jardinero: ¿No me dijiste que tu perro no mordía? Y él lo miró con ternura y dijo: Si, yo te dije que mi perro no mordía, lo que pasa es que este no es mi perro.

Es una buena paradoja de lo que imaginamos con nuestros pensamientos, los prejuicios, porque dicen que existe una anticipación de unas décimas de segundo entre lo que piensa nuestro cerebro y lo que hacemos después. Realmente nuestro cerebro obedece ordena y el cuerpo obedece, luego meditar sobre nuestro entorno es algo fantástico porque reaccionamos realmente como queremos hacerlo al acortar esta distancia. Meditar es equilibrar para conseguir que la intención esté por delante de la orden.
ResponderEliminarRealmente Justo, es lo que he querido reflejar con esta paradoja.¡¡Tantas veces refleja nuestra realidad!! . Una realidad que formamos en nuestra mente y que está cargada de prejuicios.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo en que una de las formas para que nos equilibremos es la meditación. Ella te hace tomar distancia para que seas el protagonista de tus pensamientos y reacciones y así salir de los automatismos.
Un abrazo y gracias por tu comentario Justo.
Félix