El sanador no es un personaje medio esotérico, ratón de biblioteca, meditador, trasnochador y ayunador, que se separa de su familia y se va a un convento. ‘Él habita en las calles, él habita en el concierto de la vida, es banquero, padre, madre, amigo, celebra con vino, come como todo el mundo. Sanar no es el arte de ser vegetariano y separarse de los demás. No es aprender a sentarse en posición de loto para ver como los otros se sientan en condiciones normales y sentirse superior. No es el arte de repetir mantrams y mantrams hasta la autohipnosis. Es el arte humano de comprometerse con la vida, de implicarse con la vida. Sanar es lanzarse a la corriente de la gente común y corriente. No da poder, el único poder que da la sanación es el poder de servir. Si tu poder es el poder de servir, si ese es tu único poder ya estas de lleno en esa corriente de buena voluntad, en esa corriente que une a todos los hombres y mujeres de buena voluntad en el mundo. En ese momento, tu conciencia no es individual, es transpersonal, es colectiva. Tu inteligencia no es tu pequeña inteligencia, sino esa inteligencia cósmica. Tu amor no es ese pequeño quanto de amor que puedes emitir desde tu corazón, sino que es esa llama de amor viva que está formada por todos aquellos que realmente ponen el amor en movimiento; es decir, por todos aquellos que sirven. Para sanar tenemos que utilizar la mente, esto no es una cuestión de “dementes “, hay que utilizar la mente, estrenar el cerebro.
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